El director
Por Laura Giraldo, Daniel Velilla
y Juanita Eastman
Negro…
Se escucha el tic de un reloj.
Corte a
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Camerino. Int. noche.
Suenan las manecillas de un reloj de pared blanco con números romanos. En su reflejo se ve una sala blanca. Un hombre lo observa mientras frunce el ceño. Extrañado, mira de nuevo el reloj, pero ahora solo ve el reflejo del camerino a sus espaldas. Desvía su mirada hacia un espejo que se encuentra frente a él. Es un joven alto, de cabello crespo. Respira hondo, se organiza el corbatín. Se dirige a la puerta, la abre y sale de la habitación.
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Escenario. Int. noche.
El mismo hombre entra desde el lado izquierdo a un escenario donde usualmente se encuentran posicionados los instrumentos de un orquesta, es el director del concierto. La orquesta, ya organizada, se pone en pie mientras él se dirige al centro para tomar posición. Al estar en posición él mira hacia el público, hace una leve venia, gira y observa a sus músicos.
El director saca su batuta de un bolsillo del frac negro que lleva puesto. Levanta ambas manos hacia la orquesta, la derecha sosteniendo la batuta. Los músicos le observan atentamente aguardando el movimiento preciso para comenzar del concierto.
Su mano derecha comienza ir de arriba a abajo marcando un ritmo lento. Lo hace una, dos y tres veces, los músicos no despegan la vista del instrumento que se encuentra en la mano del joven. Y solo al tercer movimiento de la batuta, comienzan a tocar.
La pieza es suave y armoniosa, un poco lenta. Todos están inmersos en su rol. Al director cierra los ojos con cara de placer, encoge sus hombros mientras sonríe sutilmente, y deja llevar su cuerpo de lado a lado al ritmo de la melodía sintiendo su música.
En ese momento, una radio mal sintonizada interrumpe la melodía. Esto hace que el directo abre sus ojos y arruga el rostro, frunciendo el ceño con desconcierto, sin parar de guiar la orquesta.
La pieza continúa su rumbo sin problema alguno, hasta que el director marca el final con el movimiento de sus manos y el silencio cae en el recinto. Se ha acabado la primera pieza. El público aplaude.
El director alza sus manos para comenzar una pieza nueva, y con la mano derecha, la que tiene la batuta marca el ritmo, otra vez tres veces, más fuerte y rápido que el de la primera pieza. Y así, empieza la nueva melodía, un poco más movida que la pasada.
Está vez su cara se nota con más tensión, no quiere que vuelva a pasar lo mismo de la pieza anterior. Sus manos denotan rudeza. Y focaliza su mirada al movimiento de los músicos.
La partitura va bien, hasta que se comienza a escuchar de nuevo levemente un tic, tac. Sus párpados se abren, al igual que sus fosas nasales. Sostiene la batuta con más fuerza. Está nervioso. La música comienza aumentar su volumen al igual que su velocidad. los músicos están fuera de ritmo. Él mueve su mano derecha con más convicción, tratando de traerlos a la velocidad adecuada, sin embargo, ellos no lo miran, mantienen sus miradas en el instrumento que tocan, como si el director no existiera. Lo único que cambia es el volumen de la melodía. Ahora es más fuerte. El director frunce el ceño de confusión, su respiración aumenta. Esto no le puede estar pasando, no a él, no en este momento. Quiere seguir haciendo sus movimientos como director pero el ahora ruido de la música se lo impide, encoge sus hombros para cubrir sus oídos, entre cierra los ojos y respira por su boca de manera hiperventilada. Comienza ver borroso. Ahora todo es un borrón ante sus ojos, música es demasiado fuerte. Cierra sus párpados. Y aun así no quiere perder la dirección, continúa con sus movimientos.
Se dirige a la percusión en la parte de atrás en busca de un ritmo compartido. Luego los instrumentos de cuerdas de la primera fila, primero a su izquierda donde están los violines, después al centro, las violas, a la derecha los chellos, luego a los de viento de madera en el centro medio, y a los de viento de metal, detrás de los de viento de madera. Su mano derecha la mueve con más tranquilidad sin perder la firmeza. Mueve con más suavidad su mano siniestra. Han encontrado el ritmo de nuevo. Su respiración se calma, sus hombros dejan de encogerse y sus cejas están más distantes. Sale un media sonrisa de satisfacción, la melodía de nuevo sigue su curso. Decide abrir de nuevo sus ojos. Pero lo que ve, ya no son músicos tocando instrumentos, sino músicos tocando con la ausencia de los mismos. Están presentes los movimientos más no la herramienta que hace sonar la melodía, la cual continúa ahora con un ritmo y volumen adecuado.
El director no entiende, sigue sus movimientos, pues no quiere que la música pare.
Uno de los músicos de percusión tiene un caballo de ajedrez en su mano, este se mueve al son de la música pero ya no hace nada parecido a tocar instrumento alguno, sitúa la ficha de ajedrez en lo que antes era su tambor y ahora es un tablero del juego. Hay otro en la parte de los instrumentos que viento de madera, tiene la mano izquierda cubriendo su boca con el índice y el pulgar, mientras la mantiene forma de puño, su mano derecha cubre la opuesta, con la palma sobre el meñique de la siniestra. Ya no toca flauta alguna, sin embargo, sigue soplando, no con la intención de hacer sonar una melodía sino con la intención, aparentemente de calentarse las manos. Y en la zona de los violines, una violinista, aun con movimientos como si estuviera haciendo sonar a un instrumento, está usando un vestido blanco con medias veladas del mismo color y una dofía en su cabeza. Ésta tiene los ojos cerrados, sintiendo la música, de repente los abre, mira fijamente al director y mientras lo hace disminuyen de manera lenta los movimientos fuertes de ella, hasta que queda completamente quieta, sin dejar de observarlo. Su mirada es penetrante y fija, al director le resulta familiar. Y el tic tac del un reloj comienza a sonar.
Violista
Pablo (susurra)
El ruido del reloj empieza a aumentar y a opacar la melodía. La mujer no le quita los ojos de encima, ella respira de nuevo.
Violinista (Continua)
Pablo (susurra)
Ahora solo se escucha el reloj sonar, nadie está tocando, ni parece tocar instrumento alguno. La mujer se para de su asiento, se dirige al director, le sacude el hombro izquierdo.
Violinista (continua)
Ya es hora.
Ella lo mira directamente a los ojos, le hace un gesto empático con los ojos, subiendo un poco sus pómulos hacia arriba. Y le señala un reloj de pared que se encuentra al fondo de la habitación. El director dirige su mirada al reloj. Gira su cabeza a la derecha como si no hubiera visto el objeto allí. Es un reloj blanco y grande, con los números en romano.
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Clínica. Int. Día.
Suenan las manecillas de un reloj de pared, blanco con números en romano. En el reflejo del reloj se ve una sala blanca. El director lo observa mientras frunce el ceño, extrañado, sentado en una silla. Tiene una pijama puesta y los pies descalzos. Desvía su mirada hacia una mujer en frente de él. Es la violinista. Ella le sonríe.
Mujer
No dejemos pasar su medicación.
Ella le sacude una botellita blanca en frente de él, mostrándosela.
Mujer
Es todos los días a las 2.
Le entrega un vaso de agua, y ella ahora desvía su atención ahora a la botellita que va abrir para él. Mientras tanto, el hombre observa su habitación alrededor. Hay dos hombres muy al fondo de la habitación jugando ajedrez, uno de ellos está por tumbar una ficha de caballo con un alfil que acaba de situar el oponente, este último le pega a la mesa en señal de derrota, es uno de la percusión.
Más cerca del director, más hacia el centro de la habitación, está el hombre que anteriormente tocaba la flauta, está cubierto de sábanas y sacos, mientras se calienta ambas manos.
La anteriormente violinista, ahora enfermera, logra abrir la botellita. Toma la mano del director, abre su palma y en ella pone dos patillas largas y blancas.
Enfermera
Está muy disperso, así que hoy será una dosis doble.
El director mira su mano y luego a la enfermera un poco confundido. Ella le sonríe.